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Käse

Wir bei Monjamón y más wissen, dass Käse der beste Verbündete des iberischen Schinkens ist. Hier finden Sie eine Auswahl an Käsesorten, die jedes Brett veredeln , vom cremigsten bis zum reifsten, alle mit einem Geschmack, der Lob verdient.

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PREGUNTAS FRECUENTES

  • Al frío... pero con cariño.

    No lo metas en cualquier rincón como si fuera una fiambrera olvidada. El queso prefiere la parte menos fría, como el cajón de las verduras. Ese rinconcito donde no hay corrientes traicioneras. Ahí estará tranquilo, reposando como un monje en retiro.
  • Nada de asfixias.

    Evita encerrarlo en plástico apretado, por caridad. El queso necesita aire, espacio, libertad… ¡como tú en agosto! Lo ideal es envolverlo en papel encerado (ese que parece hecho por el Espíritu Santo de los charcuteros) o en film transparente, pero perforado. Que respire, que suspire, que cante.

  • Sin malas influencias.

    El queso es muy simpático, pero también muy absorbente. Si lo dejas junto al pescado o esa salsa de ajo de tres días, lo vas a convertir en una criatura mutante. Mejor guárdalo aparte, como si fuera el secreto mejor guardado de la casa (que lo es).
  • El momento de la verdad.

    Sácalo de la nevera media horita antes de comerlo. No seas impaciente. El queso frío está dormido. Déjalo que se temple, que estire las piernas y que empiece a soltar todos esos aromas divinos que hacen que alguien diga: “¿Qué huele tan bien?”. Pues tu queso, claro.

Vamos al grano: la leche es al queso lo que el alma al cuerpo. Sin ella, no hay historia que contar ni sabor que recordar. Y no todas las leches son iguales, benditas sean. Cada una viene con su genio, su carácter y su propio club de fans. Así que si alguna vez has pensado que todos los quesos saben a lo mismo… ay, querido, te falta catequesis quesera.

Ponte cómodo, que aquí te va el sermón del sabor:

🐑 Queso de Oveja: sabor con sotana

Este no viene a hacer amigos, viene a hacer historia. Los quesos de oveja tienen ese no sé qué que te envuelve la boca y te deja pensando en tu infancia aunque hayas crecido sin ovejas cerca. Son intensos, algo grasos, y llenos de matices que no se improvisan.

¿Un ejemplo con apellido noble? Nuestro D.O.P. Zamorano, que tiene más personalidad que una abuela mandona: firme, sabio y con una textura que te da conversación.

🐐 Queso de Cabra: frescura con descaro

Ah, la cabra… ese espíritu libre del campo. Sus quesos son lo más cercano a besar una montaña al amanecer: blancos, suaves, con ese punto ácido y juguetón que despierta hasta al más dormido.

¿Y el famoso “toque caprino”? Pues sí, lo tienen. Pero si sabes mirar (y saborear), te darás cuenta de que ahí está el arte. Es un queso que no se disfraza. Y eso, en los tiempos que corren, es milagroso.

🐄 Queso de Vaca: el abrazo universal

Es el queso que te consuela, el que te dice “todo va a ir bien”. Con leches de vaca se hacen quesos para todos los gustos: desde esos suaves y mantecositos que se derriten en tostadas mañaneras hasta los más intensos que te hacen salivar como perro de monja.

Un clásico que nunca decepciona. Como un buen pan, o una buena historia.

🧀 Quesos Mixtos: cuando la unión hace la fuerza (y el sabor)

Aquí es donde el cielo se pone creativo. ¿Qué pasa si mezclas leche de cabra, oveja y vaca? Que obtienes quesos con el equilibrio de un acróbata y el sabor de un milagro. Cada tipo aporta su don: la vaca suaviza, la oveja da carácter, la cabra añade chispa.

¿Resultado? Una sinfonía quesera que ni Mozart. Perfectos para los que no saben elegir… o no quieren renunciar a nada.

En resumen, que esto no es solo leche:

Es historia líquida que se vuelve arte sólido. Así que la próxima vez que cojas una cuña, mírala con respeto.

Ahí dentro hay campo, manos sabias, y un animal que dio lo mejor de sí para que tú te montaras una merienda de gloria.

Bendita sea la leche, bendito el queso…

Y bendito tú, que sabes apreciar estas cosas. 🧀✨

Si alguna vez has visto en la etiqueta eso de “leche pasteurizada” y has pensado “uy, esto suena a laboratorio”, respira tranquilo: no es nada que tu abuela no aprobara si se lo explicas con un poco de jamón delante.

La cosa es así: un queso pasteurizado es aquel que se elabora con leche calentita, pero no hervida ni destrozada. Solo calentada lo justo para eliminar bacterias que podrían hacernos la pascua. Este proceso se llama pasteurización (por el señor Pasteur, un tipo que si viviera, tendría su cara en nuestras tablas de quesos).

¿Y por qué se hace esto?

Pues para que el queso:

  1. Dure más (sin convertirse en experimento de nevera).
  2. Sea más seguro (bye bye bacterias peligrosas).
  3. Se mantenga estable sin perder su alegría.

Eso sí, que no cunda el pánico entre los puristas del queso de cueva: pasteurizado no significa insípido. En absoluto. Hay auténticas joyas queseras con leche pasteurizada que te hacen ver las estrellas —y no porque te haya sentado mal, sino porque saben a gloria.

Y si hablamos de tradición, también te decimos: sí, hay quesos hechos con leche cruda (como nuestro divino Queso D.O.P. Zamorano) que mantienen vivos ciertos matices intensos y complejidades que dan ganas de escribir un poema. Pero eso es otra historia. Más arriesgada, más ancestral… y maravillosa también.

En este convento no se discrimina a nadie por cuestiones digestivas. Ya puedes venir con tripas sensibles, enzimas perezosas o ese médico que te dijo “mejor sin lactosa”, que nosotros te recibimos con los brazos abiertos y una tabla en mano. Porque si algo tenemos claro es que nadie debería quedarse sin su porción de felicidad quesera.

Nuestra selección de quesos sin lactosa está pensada para que no tengas que renunciar ni al sabor, ni a la textura, ni a ese momento mágico en el que el queso se funde en la boca y te reconcilia con el mundo.

Y no hablamos de sucedáneos ni de quesos tristes con sabor a nada. No, no, no. Hablamos de auténticos quesos, hechos con mimo, técnica y ese toque divino que convierte lo cotidiano en celestial. Solo que, en vez de lactosa, llevan cariño.

¡Por supuesto, bendito seas por pensarlo! Nos encanta crear packs a medida, ya sea para conquistar a alguien, celebrar algo grande o darte ese homenaje que llevas tiempo posponiendo. Escríbenos, cuéntanos qué te apetece (o a quién quieres sorprender) y te preparamos un combo quesero con sello Monjamón: sabroso, bonito y con ese toque que dice “esto no lo encontré en cualquier sitio”.

En España, el queso no es solo alimento, es identidad. Cada zona –del verdor de Galicia al secarral manchego, pasando por las sierras andaluzas o el volcánico suelo canario– imprime su carácter en la leche de vaca, oveja o cabra que se transforma en auténticas joyas queseras. Algunos llevan el sello de Denominación de Origen, claro, con todo su boato… pero muchos otros, sin tanto cartel, son igual de exquisitos y artesanales.

Así que más allá de etiquetas, lo que aquí celebramos es la variedad y la autenticidad. Porque en Monjamón lo tenemos claro: si está hecho con alma, se merece un sitio en en convento.

Tipos de Käse

En España, el queso no es solo alimento, es identidad. Cada zona –del verdor de Galicia al secarral manchego, pasando por las sierras andaluzas o el volcánico suelo canario– imprime su carácter en la leche de vaca, oveja o cabra que se transforma en auténticas joyas queseras. Algunos llevan el sello de Denominación de Origen, claro, con todo su boato… pero muchos otros, sin tanto cartel, son igual de exquisitos y artesanales.

Así que más allá de etiquetas, lo que aquí celebramos es la variedad y la autenticidad. Porque en Monjamón lo tenemos claro: si está hecho con alma, se merece un sitio en en convento.

No necesita iglesia: el Cheddar se hace notar en cualquier mesa. Nacido en Somerset, envejecido con rigor, es compacto, rugoso y profundamente sabroso. Puede ser joven y afrutado, o curado y filosófico, con cristales de tirosina que crujen como la verdad al romperse.
Color ámbar, cuerpo denso, y un final largo con notas de nuez y mantequilla. Una pieza que nunca se desvía del camino recto.

Imagina la cueva, rocío en la piedra y el silencio roto solo por el eco del queso hablando por ti. Eso es un buen Cabrales.
Se forja con las leches de vaca, oveja y cabra —o con combinaciones artesanas— seleccionadas con devoción. Luego se deja madurar en las cuevas de los Picos de Europa, donde la humedad y el frío lo transforman en esa joya azul verdosa que huele a tierra, a hongo, a segundo desayuno del peregrino.
Cada bocado es un pasaje del Antiguo Testamento del sabor: intenso, con ese picante que sacude el alma, persistente y con personalidad de montaña que no pide permiso para imponerse en tu mundo.

En la forma de la Tetilla hay ternura, y en su sabor, clemencia. Este queso nace del alma de la vaca gallega, de su leche pasteurizada y noble, trabajada con mimo durante al menos 7 días de maduración, justo lo justo para alcanzar su textura sedosa y fundente.
En boca es una plegaria láctea: dulce, equilibrada, con esa acidez mínima que limpia pero no interrumpe. No busca convertirte al fervor quesero, te seduce dulcemente hasta que estás entregado.

El Idiazábal se presenta sin aspavientos, pero deja su sermón grabado en la memoria. Su leche cruda de oveja Latxa o Carranzana habla de una cultura pastoril milenaria, y si lleva ahumado (como a veces lo pide el rito), añade un susurro de leña al mensaje.
Su textura es firme, sobria, y su sabor recio, ligeramente picante, con notas animales y una persistencia que se instala como la palabra del pastor en un día de tormenta. No lo olvides. Porque él no te olvida a ti.

Si la Península tuviera un escudo, llevaría una cuña de Manchego. Hecho con leche de oveja manchega, este queso es liturgia nacional: fuerte sin violencia, elegante con garra.
Desde el tierno al curado, cada estado tiene su doctrina: el tierno es un canto amable; el semicurado, firme y ligeramente ácido; el curado es ya doctrina mística, con un picante profundo que se queda contigo después de la última copa.
Su textura depende del tiempo, pero en todos los casos habla claro, como los ancianos sabios.

Aquí no se corta: se abre, se comparte y se adora. La Torta del Casar tiene ese aire de milagro inesperado. Cuajada con cardo silvestre, con leche cruda de oveja, madura hasta convertirse en un núcleo cremoso de pureza escandalosa.
En el exterior, una corteza pálida que apenas contiene su alma líquida. En boca: acidez marcada, amargor vegetal, y un picante final que es casi un sacramento. No se come solo, se comulga.

Con su corteza color ladrillo, untada con aceite y pimentón, el Mahón es testimonio del Mediterráneo más profundo. Hecho con leche de vaca menorquina, su sabor depende del tiempo: tierno, semicurado o curado, todos comparten un sello salino que lo hace único.
En boca se presenta con personalidad: ácido, lácteo, con una textura que se deshace sin perder cuerpo. El curado, firme, incluso quebradizo, tiene notas de nuez y un carácter de salmo insular que no se olvid

La corteza blanca, fina, como de sotana recién planchada. El interior, una pasta untuosa, casi sensual. El Brie es el pecado blanco de los quesos franceses. Leche de vaca pasteurizada, flor de penicillium y una maduración lenta lo convierten en un suspiro.
En boca es delicado, a veces afrutado, otras terroso, con esa textura que invita al recogimiento silencioso. Y cuando está en su punto… no se habla, se agradece.

No hay azul más indómito. Hecho con leche de oveja Lacaune y madurado en las cuevas de Roquefort-sur-Soulzon, este queso es tormenta de sabor. El penicillium roqueforti le da esa explosión azul que lo consagra.
En boca: picante, salado, con un fondo mineral que parece arrancado de la tierra misma. Roquefort no discute: predica. Y si no estás preparado, te deja en la puerta.

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